Preguntas#542:
La respuesta a la pregunta #324 contiene una línea que trata acerca de
un aspecto de Un Curso de Milagros que todavía no termino de entender:
“Nunca es la situación externa la causante de nuestra pérdida de paz.”
Por la razón que sea, no soy capaz de asimilar esto. Da la impresión de
que dice que si me rompo una pierna, no es la pierna rota la que me
causa la incomodidad o que, si alguien en el apartamento de arriba
escucha música vulgar a un volumen excesivo al punto de enloquecerme, no
es lo que mis vecinos hacen lo que me perturba. Cómo puede uno llegar a
mirar a lo que sea que lo hiera o perturbe hasta las vísceras y no
angustiarse por eso?
Respuesta:
Tu estado de perplejidad, el cual es compartido por la mayoría de los
estudiantes del Curso cuando comienzan a aprender éste principio, es
entendible. El no terminarlo de entender es lo que hace que el ego siga
haciendo de las suyas y ésa es precisamente la razón de nuestra
dificultad para entender este principio. Pero el Curso está exactamente
diciendo esto: una pierna rota o la gente que pone música vulgar y a
mucho volumen en el piso de arriba no son la causa de tu malestar ni de
tu angustia. Quizás es posible que puedas llegar a observar que los
mismos eventos pueden suscitar en ti diferentes reacciones en momentos
distintos (por ejemplo, es posible que a veces no te enfades con la
música vulgar a un volumen alto), o ver que el mismo evento externo
causa distintas reacciones en personas diferentes, y entonces puedas
obtener un atisbo de vislumbre a la verdad que está detrás del principio
del Curso que mencionas. Es el significado que le damos a un evento y,
en particular, el grado en el que nos lo tomamos a título personal y no
el evento en sí, lo que determina cómo reaccionamos.
El
Curso, cuando habla de la ira ---pero este principio se aplica de
igualmente a cualquier tipo de perturbación o de angustia--- nos dice,
“Tal vez sea útil recordar que nadie puede enfadarse con un hecho. Son
siempre las interpretaciones las que dan lugar a las emociones
negativas, aunque éstas parezcan estar justificadas por lo que
aparentemente son los hechos” (M.17.4:1,2). Podrías no haberte dado
cuenta aún, pero éste es el principio que está detrás de la lección 5 en
el libro de ejercicios: “Nunca estoy disgustado por la razón que creo”
(W.pI.5).
Aunque
ésta lección en el libro de ejercicios no articula la verdadera razón
de nuestro malestar, la causa recae en nuestra decisión mental de vernos
a nosotros mismos separados del amor, con la culpa que inevitablemente
acompaña a ésa decisión. Esta es la única razón por la que
experimentamos angustia y malestar, pero la verdadera causa se encuentra
profundamente enterrada en nuestra mente inconsciente, de tal forma que
no somos conscientes de ella. Esta amnesia es un aspecto fundamental en
la estrategia del ego, mediante la cual podemos proyectar la culpa
enterrada sobre algo o alguien que aparentemente está fuera de nosotros y
hacerle responsable por cómo nos sentimos. Si realmente supiéramos que
esto es lo que en realidad estamos eligiendo hacer, no continuaríamos
haciéndolo por mucho más tiempo. Ya que entonces sería claro de que cómo
nos sentimos no tiene nada que ver con nadie más ni tampoco con lo que
aparentemente le suceda a nuestros cuerpos.
Una
de las afirmaciones mas explícitas acerca de ésta relación entre cómo
nos sentimos y nuestra culpa, podemos encontrarla en el siguiente pasaje
del texto: “Hubo un tiempo en que no eras consciente de cuál era la
causa de todo lo que el mundo parecía hacerte sin tú haberlo pedido o
provocado. De lo único que estabas seguro era de que entre las numerosas
causas que percibías como responsables de tu dolor y sufrimiento, tu
culpabilidad no era una de ellas. Ni tampoco eran el dolor y el
sufrimiento algo que tú mismo hubieses pedido en modo alguno. Así es
como surgieron todas las ilusiones” (T.27.VII.7:3,4,5,6).
El
reto al que se enfrenta Jesús es al de ayudarnos a deshacer las falsas
asociaciones que hemos construido en nuestras mentes entre lo que
aparenta estar sucediendo afuera de nosotros y el cómo nos sentimos.
Esta es la esencia del perdón, a medida que soltamos nuestros juicios y
condenas sobre otros y comenzamos a aceptar que somos nosotros
únicamente quienes podemos privarnos a nosotros mismos de nuestra paz
mental.
A
la vez que aceptamos la responsabilidad por cómo nos sentimos y no
acusamos a algo más ---un reconocimiento difícil mientras permanecemos
identificados con nuestros egos--- esto nos provee de una salida a
nuestro dolor y nuestra angustia. Ya que ahora nada ni nadie tiene que
cambiar. Lo único que hemos de cambiar es nuestra mentalidad y aceptar
un nuevo Maestro para que interprete lo que estamos experimentando. En
la misma sección del manual del manual del maestro que citamos
anteriormente: “Dado que la ira [o la angustia] procede de una
interpretación y no de un hecho, nunca está justificada. Una vez que
esto se entiende, aunque sea sólo en parte, el camino queda despejado.
Ahora es posible dar el siguiente paso. Por fin se puede hacer otra
interpretación” (M.17.8:6,7,8,9). Y ésta es la razón por la que
necesitamos un Maestro diferente, Quien nos proveerá con una manera
distinta de mirar a nuestra situación, mientras permanecemos tan
obsecadamente interesados en acusar a otros.
Así
que es posible romperse una pierna y no sólo no alterarse, tampoco
sentir dolor, ya que con la práctica del perdón nuestra identificación
va desplazándose del cuerpo a la mente. Puesto que ya no necesitaremos
por más tiempo la defensa contra la culpa en nuestras mentes, que era el
propósito del cuerpo proveer. Esto es lo que está en el trasfondo de la
poderosa enseñanza de Jesús en “El mensaje de la crucifixión”
(T.6.I.3,4,5), donde enfatiza que “En última instancia, sólo el cuerpo
puede ser agredido” pero que “Si reaccionas con ira, tienes que estar
equiparándote con lo destructible [el cuerpo] y, por lo tanto, viéndote a
ti mismo de forma demente” (T.6.I.4:1,7). A esto es a donde la
enseñanza, con la ayuda de Jesús, nos está llevando. A medida que él nos
recuerda que, “He dejado perfectamente claro que soy como tú y que tú
eres como yo, pero nuestra igualdad fundamental sólo puede demostrarse
mediante una decisión conjunta” (T.6.I.5:1).
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