miércoles, 26 de noviembre de 2014

Ofreciendo fortaleza: Dejando de ofrecer el triunfo de la debilidad

Puedes recordar por ti y por tu hermano lo que es la fortaleza negándote a compartir los sueños de debilidad, de dolor y de sufrimiento. Pero no niegues que tú no crees que sean sueños. Es aceptando cómo te sientes al respecto que reconoces la presencia del deseo de no soltar 'la realidad' de ésa experiencia. 


En presencia de situaciones que evocan dolor y pena, ¿te sientes en paz, tranquilo y reconoces en el fondo de ti que las 'apariencias' no tienen el poder de dictar cómo te sientes? O por el contrario, ¿aparece el desasosiego indicándote que tienen que cambiar las formas para que haya paz? 

No quiero decir que tengas que volverte insensible o que te retraigas en tu cápsula particular donde el dolor no te llegue. Tampoco quiero decir que dramatices. Quiero decir que estés dispuesto a ser testigo de lo que sientes sin negarlo, sin justificarlo. 

Quiero decir que estés dispuesto a poner en manos del Espíritu la capacidad que tienes de sentir empatía.

La empatía es la capacidad que tenemos para percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. La empatía 'por defecto' (en manos de la mente que piensa como ego) es selectiva. No se aplica a todos por igual. La mente que abriga el pensamiento del ego se identifica con las víctimas y rechaza a los verdugos, ofreciendo la ilusión de justicia cuando en realidad vuelve a enseñarse a sí misma que la idea de la separación si ha ocurrido. Todo para perpetuar el mismo conflicto que promete erradicar, sin que podamos ser conscientes de que eso es lo que estamos haciendo y ofreciéndonos a veces treguas que confundimos con la paz.

El dolor --independientemente de la causa que aparente tener-- es una señal de alerta que nos indica que "... las ilusiones reinan en lugar de la verdad." L-190.3:1.

Este mundo está fabricado precisamente para darte la 'oportunidad' de poder desplazar el enorme malestar interno ocasionado al pensar como un ego, (rechazando lo que somos) y proyectarlo en cosas/personas y situaciones y, así, poderlo vivir asociado a cualquier cosa salvo a la decisión que abriga la mente que somos de ser distintos de nuestra Fuente.  Eso jamás será posible, pero nuestra experiencia nos indica que hemos creído lo contrario y que activamente seguimos abrigando esa creencia.

Tenemos que aprender a mirar. Ken Wapnick solía decir que "el perdón es mirar al ego sin juicios." Este mirar es sujetar la mano de Jesús permitiéndole que nos lleve de regreso a nuestra mente, donde está el error y donde está también la corrección. 

Por eso es que el principio #37 de los milagros comienza con esta declaración: "Un milagro es una corrección que yo [Jesús/el E.S.] introduzco en el pensamiento falso" Un reflejo del pensamiento falso es la vivencia de que la causa del malestar y la solución al mismo se hallan ambas en el mundo. 

Jesús sabe que en el fondo de nuestro corazón "...no deseamos ofrecerle el triunfo de la debilidad a un hermano, pero que sin embargo, no reconocemos otro triunfo que ése" T-16.I.5:1-2

Por eso es que Jesús nos recuerda que "...la capacidad de sentir empatía le es muy útil al Espíritu Santo, cuando le permitimos que Él la use a Su manera"    T-16.I.1:3. 

El Espíritu nos enseña lo que es la verdadera empatía si permitimos que Él se valga de nuestra capacidad de ser fuertes [elegirlo a Él] y no débiles [elegir al ego]. El Espíritu no nos abandonará, pero tenemos que asegurarnos de que nosotros no lo abandonamos a Él.  T-16.4:3

Cuando te des cuenta de estar seguro de que el dolor es real (en tu percepción o en la de otros) Jesús te insta a que "...te hagas a un lado tranquilamente y dejes que la curación se lleve a cabo por ti. Mantén un solo pensamiento en la mente y no lo pierdas de vista, por muy grande que sea la tentación de juzgar cualquier situación, y de determinar tu reacción basándote en los juicios que has hecho de la misma. Concentra tu mente sólo en esto:

No estoy solo y no quiero imponer el pasado a mi Invitado.
Lo invité y Él esta aquí.
No tengo que hacer nada excepto no interferir. 
T-16.I.3:7-12.

La curación ya se ha llevado a cabo por nosotros. Es con estos gestos de practicar el instante santo que se nos recuerda poco a poco y en la medida que estemos dispuestos a aceptarla. La curación es la liberación de la mente del miedo a reconocerse a sí misma tal como Dios la creó, como nunca habrá de cambiar. Tal reconocimiento no es posible sin estar dispuesto a dejar que el Espíritu corrija las interpretaciones de tu mente errada acerca de tu identidad y la de tus hermanos.

¡No es algo teórico. Puedes experimentar reflejos de ello cada vez que lo desees!

A modo de ilustración, recuerdo una noche que estaba en el metro y vi una chica joven, guapa completamente drogada y con aspecto de vivir en la calle. Pensé inmediatamente acerca de cómo estaba desperdiciando su 'vida' y en mi cabeza se presentaron un montón de alternativas de condena y de "sanación"... Me recordé a mi mismo que "yo no sé lo que es sanar"... así que mentalmente "me hice a un lado" apoyándome en la oración que escribí un poco más arriba. 

El resultado fue sentir una identificación con una fortaleza de la cual nadie de los presentes estaba excluido. Ni siquiera la chica que estaba drogada. Incluso ella era puro amor independientemente de lo que mis ojos percibían. Nadie quedaba excluido de esa visión (que no tenía nada que ver con los ojos del cuerpo). Sentí que se corregía mi percepción. Sentí un ligero reflejo de la inocencia que somos (lo que el Curso llama la Faz de Cristo). Eso fue suficiente para entender que el sufrimiento es una percepción. 

Ese es el propósito en común que compartimos: el dejar atrás el sueño de la culpa, de la debilidad, del auto-castigo. Eso nos recuerda que somos hermanos y que las diferencias no hacen la diferencia. 

José Vicente Mandé.