Pregunta: Sé
que si ataco a otro me sentiré culpable y debería pedir ayuda al
Espíritu Santo si siento que he sido atacado. ¿Esto se aplicaría
igualmente si tengo un comportamiento como una adicción de la que me
siento culpable? Si continúo con el comportamiento, estoy seguro de
que me sentiré culpable. Si detengo el comportamiento, es posible
que no me sienta culpable, pero realmente no he resuelto el problema.
¿Cuál sería la mejor manera de manejar esta situación? El
problema específico del que estoy hablando es comer en exceso.
Respuesta: Sí,
independientemente de que ataque a otro, me sienta atacado por otro o
me ataque –y esto es lo que representa una adicción– la única
respuesta adecuada es pedir ayuda al Espíritu Santo. Una adicción
es un ataque a mí mismo porque dice, una y otra vez, que estoy
incompleto y debo buscar fuera de mí para completarme, es negar
repetidamente de que soy el Cristo, por siempre uno con Su Fuente
(T.29.VII. 2,3,4,6).
Todo
ataque, sin importar cómo se exprese, no es más que la proyección
de la culpa escondida en nuestras mentes que el ego insiste en que
merecemos soportar debido a nuestro (imaginado) ataque a Dios en el
momento de la separación, cuando negamos nuestra realidad como
Cristo. Nos hemos convencido a nosotros mismos de que nuestra culpa
es real, pero luego hemos intentado evitar la responsabilidad por
ello. Y entonces buscamos proyectar la culpabilidad fuera de nuestra
mente para que entonces parezca residir en cuerpos, los propios y los
de otros. Mantenemos esta dinámica oculta de nuestra consciencia,
para seguir protegiendo la culpa. Pero cuando pedimos ayuda a Jesús
o al Espíritu Santo, realmente estamos indicando una voluntad de
aceptar responsabilidad (¡pero no culpar!) Por la forma en que nos
sentimos, viendo la situación externa ahora, no como el problema,
sino más bien como un indicador de la culpa que, de otro modo,
permanecería inconsciente en la mente.
Tienes
razón cuando comentas que concentrarse en cambiar o controlar el
comportamiento, como la gula, no aborda al verdadero problema. Porque
sólo estaríamos modificando un síntoma externo, o efecto, de la
culpabilidad sin abordar la causa –la
culpabilidad misma– y
seguiremos creyendo que es real al protegerla no examinándola. En
consecuencia, buscaremos proyectar esa culpabilidad insoportable
(aunque sea ilusoria) en alguna otra forma externa, tal vez en otra
adicción. Al principio de Un Curso de Milagros Jesús nos advierte
de que controlar o cambiar el comportamiento, sin dirigirse a la
mente, simplemente produce tensión, lo cual es intolerable y lleva a
la mente a experimentar ira y proyección. (T.2.VI.5)
Ahora
bien, esto no significa que no valga la pena desarrollar una
disciplina y poner el comportamiento descontrolado bajo control,
especialmente si la adicción nos daña física o emocionalmente, lo
que reforzaría la culpa en nuestras mentes. Y la decisión
de lograr un cambio externo útil ciertamente puede reflejar un deseo
real, pero quizás inconsciente, de un cambio interno: del ego al
Espíritu Santo como nuestro maestro. Sin embargo; en algún momento
de nuestro aprendizaje, llegaremos a reconocer que la culpa en la
mente es siempre el único problema. Sólo a través del
reconocimiento de su inevitable proyección hacia el mundo de la
forma es como comenzamos a tomar conciencia de ello en nuestra
mente, donde podemos hacer una elección significativa para soltar
dicha culpa.
Para
más referencias puedes buscar el libro de Ken: “Comer en exceso,
un dialogo”
https://facimstore.org/collections/books/products/overeating-a-dialogue-book
y también revisar las respuestas a las preguntas 30 y 57 de la base
de datos de facimoutreach.